Como cada día, me cubren el cuerpo de múltiples capas para insensibilizar, para anestesiar mis sentidos. ¿Creen acaso que así no notaré nada? Pánico que suda mi piel y queda arremolinado en mi cubierta de lana para asfixiarme.
Ya me trasladan preso y prieto en el minúsculo espacio del vehículo. Llegamos.
Entonces es cuando ocurre todo. Intentan despistarme con artimañas de torpe ilusionista, clown de circo vacío sin luces. Yo balo todo lo que puedo, a pleno pulmón para ganar tiempo y buscar mi oportunidad, conseguir clemencia y un día más de tranquilidad. Nada. Entro en fila de uno en ese mar de llantos, olor a heces escondidas, sonrisas contenidas y forzadas de nuestros verdugos, matarifes equipados ya con sus batas dispuestos en la línea de producción. Me toca. Quedo atrapado y lloro de terror. Hoy papá y mamá ya no volverán a por mí. Estoy seguro de ello.
Hola. Francesc, Entiendo una doble lectura. Una buena metáfora social del tiempo que nos toca vivir.
ResponderEliminarUn saludo.
Hola Fernando;
ResponderEliminarLa verdad es que somos como niños y a la vez como corderos. Me alegra que también veas esa doble lectura ya que al principio no era más que un relato de terror. Pero un terror real y visceral, nada que ver con el terror de los adultos. El auténtico terror que es el que sienten los niños cuando van a las guarderías y que es el primero y más profundo de los miedos. El abandono.