lunes, 28 de noviembre de 2011

06 Belleza (en cinco actos)

1 Efímero

La belleza se desvanecía como otras tantas veces en acres vapores densos y la nitidez de su rostro se desdibujaba al ritmo cadencioso del pequeño reloj de arena.
La observó con mirada desvaída. La desazón volvió a inundar su ánimo. Otra vez. No había nada que hacer. Era imposible fijar la imagen. No conseguía captar su esencia y plasmarla para la posteridad en la fría placa de metal.

2 Revelado

Sus ojos aparecieron como ausentes. Sin vida. Ningún brillo ni expresión en aquellas enormes lunas eclipsadas que miraban fijamente, sin ver, a su observador desde el fondo del tanque. El disolvente de aceite de lavanda y aceite de petróleo blanco seguía actuando. Cuando empezaron a contrastarse en la placa, J. se dio cuenta de inmediato y pensó en volverla a romper. No era lo que soñaba. No era la primera vez y la sospecha que no sería la última se transformaba en certeza después de cada nuevo intento. Su búsqueda de la belleza no era ninguna abstracción. Era algo más bien tangible. La veía, la perseguía y la captaba. Él era el artista máximo. El perfecto soñador de grandezas creadoras. Y sin embargo ...

3 Exposición

En el estudio tenía dispuesta la cámara oscura. La parte posterior daba a un patio orientado a norte de donde captaba la suave y envolvente luz a lo largo de todo el día. Con un estudiado juego de espejos suspendidos la concentraba en el corazón de la estancia donde había ubicado la silla. Era más bien una confortable butaca en la que la séptima maravilla de aquel mes se prestaba a ser acomodada por el artista.
Durante más de ocho horas debían permanecer en aquel lúgubre espacio. Sin hablar. Sin moverse. Sin verse.
J. fijó la placa en su sitio después de tomar las distancias y se aseguró que ella estuviera cómoda. Sólo entonces quitó la protección de la caja y empezó a fluir la belleza por el ínfimo agujero, sorbiendo toda su alma en una larga y constante aspiración.

4 Preparación

J. llegó a su estudio con la modelo a primera hora del alba. Debía darse prisa. La luz estaba por nacer y se aventuraba un día de duro trabajo. No había tiempo que perder. Cogió la placa de cobre, la colocó sobre la mesa de trabajo con la cara pulida y plateada hacia arriba y empezó a extender suavemente el barniz de betún de Judea disuelto en aceite esencial de lavanda. Dominaba este proceso por harto practicado. Cuando acabó le echó una mirada de complicidad a su modelo desnuda y le preguntó si estaba dispuesta y preparada. ¡Pues claro que lo estaba, como todas!

5 Localización

J. se encaminó directamente a la orilla del río. Sabía que allí encontraría a su ansiada modelo. Aún no sabía quien sería pero estaba seguro que esa noche, la belleza no le sería esquiva. Levantó los pies del adoquinado y bajó veloz y renqueando con la bicicleta arrastrando su carretón fijado a la parte trasera. Probablemente era el primer hombre en la ciudad que disfrutaba del ridículo ejercicio de caminar sentado. Para J. era un invento del demonio. Aquella noche también estuvo a punto de volcar en más de una ocasión.
Dejó la vía adoquinada, nada práctica para su marcha y se mantuvo en la acera. Entonces la vio. Bajo una tenue y trémula luz pudo intuir su perfección. Se acercó a ella y cuando la abordó, con humildad de artista herido le susurró.



- Debo decirle, mi querida dame que es usted la belleza más sublime que puede un artista imaginar a este lado del Sena. Permítame inmortalizarla en mi atelier.


Minutos más tarde, mientras la asfixiaba le confesaba a modo de disculpa.


- No tema nada. Pero no deberá moverse en absoluto y he de asegurarme.






Fotocomposición Xesc



1 comentario:

  1. Nota histórica:

    Los inicios de la fotografía, allá por el 1816 fueron frustración perenne para el pobre J.
    Las imágenes sobre placas en las que experimentaba debían exponerse en cámara oscura y durante un mínimo de 8 horas.
    Lo peor venía después. La imagen latente a penas permanecía visible una vez revelada. El proceso de fijación de la imagen fue algo que tardó un poco más.
    Un loco visionario, por aquel mismo año, en Alemania, inventaba la bicicleta. Evidentemente no era lo que ahora entendemos por "bici". Fue aquella especie de engendro de rueda enorme delante y chica detrás y que... dependía de el caminar del ciclista para avanzar. ¡Vamos, como para hacer el Tour así!
    Por aquel mismo año, Mary Shelley daba luz a otro engendro muy apreciado entre lectores. El Sr. Frankenstein, supongo. Pues sí, él y su monstruo.
    Pero eso ya es otra historia o tal vez su continuación.

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