martes, 26 de noviembre de 2013

79/ Hormigas



   Ada se balancea en la mecedora del comedor. Hace ganchillo. Abel le acerca el vaso de agua que le ha pedido al llegar.
    —¿Abel? Qué alegría.
    —Tome madre.
    —Cómo has crecido.
    —¿Cuándo salió papá?
    —¿Quién?
   Abel aprieta los dientes y cierra los ojos. Suspira y deja el vaso en la mesa junto a las madejas azules. Todo lo que hace es azul desde que supo que iba a ser abuela. «¿Pablo, como el abuelo?», dijo emocionada cuando María y Abel le dieron la noticia. De eso hace cuatro años ya. Ahora María lo ha dejado y él vuelve a vivir en casa de sus padres, en la habitación que pintaron de azul. De eso solo hace tres meses, tal vez cuatro.
Abel vuelve a la cocina. Comprueba fogones, abre y cierra armarios.
    —Al menos dejó la cena preparada antes de huir —dice.
Bajo el fregadero empuja productos de limpieza y compara niveles con marcas de rotulador. Unas hormigas salen de debajo de la lejía. Intenta aplastarlas pero se escapan más allá del abrillantador. Al girar se golpea en la ceja con la brida del sifón. La herida sangra. Vuelve al comedor.
    —Abel, ¿me traes un vaso de agua? —le dice Ada al verlo.
    —Está ahí, madre —señala—. Está ahí —repite sin mover los labios.
    —Oh, ¿te has vuelto a pelear con Luis? Deja que te cure.
   La madre se levanta y se acerca. Abel se gira y vuelve a la cocina. Se limpia la herida en el fregadero. Apoya las dos manos sobre el granito y en el vidrio de la ventana mira brevemente el leve reflejo de su rostro envejecido. Al lado, la figura de su madre enciende los fogones. Abel sacude la cabeza. Se gira y la aparta suavemente sin decir nada y cierra el gas. Ella coge un cuchillo y corta pan sobre la encimera.
   —Un bocadillo al menos. Te sentará bien. Necesitas comer para crecer.
   Abel le retira el cuchillo y la acompaña a la mecedora. Después vuelve a la cocina. Unas hormigas pequeñas y azules se acercan hacia las migas. Su madre habla sin parar desde el comedor. Él aplasta hormigas sobre el granito. Una, dos… diez. Ya no oye nada de lo que ella dice.
   —Cuando nazca Pablito le quedará bien este jersey, ¿verdad?.
  Abel no ve de dónde vienen las hormigas. Ya no puede con ellas. Hay demasiadas. Mientras aplasta hormigas, Abel ya solo piensa en aquello que le obligó a deshacerse del veneno, hace cuatro meses, tal vez cinco. Entonces se sienta en el suelo, se abraza las piernas y apoya la frente en las rodillas.


2 comentarios:

  1. El olvido es lo peor y la persona que olvida no recuerda. Pero las personas olvidadas lo recuerdan todo y sienten como su mundo se desvanece. Tratado con delicadeza. Me gusta

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí. Lo que se ve es eso, el olvido. Pero es la apariencia, es la punta del iceberg que esconde el drama de Abel, la pérdida, el duelo, la culpa y la resignación de tener que volver a vivir en casa y cuidar de la que posiblemente fue la causante de tan dramática pérdida. El perdón y la redención y a la vez la impotencia reflejada en la metáfora de las hormigas.
      Lo sé, he hecho lo que no se debe hacer jamás, explicar el relato. Pues a tomar viento lo que se debe y no debe hacer.

      Gracias querido-a anónimo-a.

      Eliminar

Dejad una botella con un mensaje enrollado dentro. Probablemente a Robinson también le hubiera gustado, aunque hubiera sido para criticarle por esconderse en una isla perdida y abandonar a su familia.