viernes, 3 de mayo de 2013

69/ Un fulgor silencioso






     Un fulgor metálico y dorado reverbera en el cielo de la ciudad. Un brillo viscoso que está por todas partes. Latón que envuelve la urbe, desde el cielo y el suelo. Los transeúntes llevan incrustado ese resplandor en la cara, en sus impermeables, en sus sobretodos y hasta en los paraguas desplegados. Se pega y cala en cada pequeño detalle de la plaza. El suelo pulido es un espejo lleno de cuerpos ambulantes que escupe ese reflejo amenazador, como un alma dormida, como un caminante muerto. No sabes si cae del cielo o brota de las entrañas de la tierra. Si han de venir por ti, desconoces si lo harán en naves en vuelo rasante o se abrirá el firme bajo tus pies para engullirte en un mordisco arenoso, seco.
    Cruzo despacio la plaza. Es una plaza enorme que a pesar de la lluvia, se encuentra repleta de gente. La plaza Catalunya de Barcelona en pleno centro de Londres. ¿Porqué hablan todos en francés? No sé. Sigo adelante y veo con curiosidad cómo cae la gente a mi alrededor. Van desplomándose, inanimadas, a un ritmo constante, secuencial; separados los cuerpos por el fulgor de unos cinco segundos. La primera, una joven con chubasquero rojo. Como roja es la sangre que sale, inmediatamente preñada de ese fulgor, del orificio dibujado en la sien… y cinco. Ahora un hombre de gabardina negra. No me sorprende la coreografía de los cuerpos cayendo. Tampoco que nadie corra. Me sorprende la ausencia de ruido. ¿Qué ruido cabría esperar ahí? ¿Qué otro ruido sino un estruendo seco que retumbe en el cielo áureo y que acompañe con un eco desolador y acompasado el desplome de los cuerpos? Y siguen cayendo. A mis pies cae un hombre que apaga su mirada en mi eco, en el resplandor que hay atrapado en mis gafas. Y ahí queda. Le sorteo con un grácil salto. No me giro; no corro; no grito. Nadie grita. Somos lo que somos, pienso. Gente civilizada, ¡por Dios! ¿Cuándo vendrán? ¿Por dónde vendrán? Miro al suelo esperando ver una grieta. ¡No se abre el suelo, no! Espero impaciente la boca devoradora mientras sigo caminando... y cinco otra vez. Eco sordo. Una madre con un bebé cae junto al coche de niño. El llanto del bebé sí lo oigo. Se pega al espeso resplandor y lo acompaña, como una letanía, igual que una saeta improvisada, un lamento de sirena. Miro ahora al cielo. Brilla. Es molesto el llanto de un niño. Muy molesto. ¡Por favor, que alguien dispare al bebé! Implorando con la mirada busco, ahora sí, al tirador que está sembrando la plaza de cuerpos, velando el espejo. Destapo al bebé dejándolo desamparado y pido a ese todopoderoso que esta vez apunte bien. ¿Estás ahí, en lo alto del edificio del banco central? ¿En la cubierta del centro comercial? Tal vez oculto tras el cartel giratorio del otro banco. ¡Sí, ahí debe de estar! Giro y oscilo el cochecito para ofrecerle el mejor blanco. Espero quieto, impasible… y cinco. Un abuelo que lee el periódico deja de leerlo… y cinco más. Un habitual cebador de palomas deja caer el alpiste sobre el que luego se derrumba. Las palomas le sacan los ojos en apenas cinco… Ahora un ciclista circula por inercia hasta chocar con el cuerpo del abuelo que hace que se desmorone el binomio bicicleta-ciclista sobre el frío espejo de la plaza… 
      La criatura ya lleva casi dos horas sin llorar, y yo llevo las mismas horas a su lado, fascinado por la pericia con la que sostiene el chupete entre sus labios desvaídos, mirándole como viéndome reflejado en un charco impregnado de un fulgor silencioso.






7 comentarios:

  1. Aplausos míos entre tanto ruido.

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  2. Una pieza profundamente perturbadora, Xesc; que gana -y mucho- con cada relectura. Destaco la densidad de su ritmo, que -contrariamente a lo que se podría pensar- le dota de contundencia y atracción para el lector.

    Mis aplausos.

    Un abrazo,

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  3. Respuestas
    1. Estimado anónimo:

      Contundente. Sea quién sea, gracias.

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  4. Madre mía, Xesc. Me dejas muerto. Casi en la misma plaza que los otros. Alegre, alegre, no es. Es..., es..., madre mía, Xesc. La imágenes son..., son tremendas.
    Un abrazo.

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    1. Bueno Miguelángel... alegre, alegre no estoy... es cómo veo la actualidad...
      Un abrazo

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Dejad una botella con un mensaje enrollado dentro. Probablemente a Robinson también le hubiera gustado, aunque hubiera sido para criticarle por esconderse en una isla perdida y abandonar a su familia.