Como cada lunes, el hombre del sombrero oscuro llega a casa y me saluda rascándome la cabeza, me despeina, luego me sonríe y me tiende el sombrero. Es la señal pactada con mi madre para que me encierre en mi habitación después de colgar el sombrero en el perchero de la entrada. A media tarde, tras recogerlo y encasquetárselo en la calva, marchará, sin decir adiós, hasta el lunes siguiente. Entonces, al oír el cerrar metálico de la puerta, yo saldré de mi cuarto justo a tiempo para ver cómo la luz roja de la habitación de mamá se desvanece, igual que el rojo de sus labios frente al espejo del lavabo. Luego, en la cocina, ella me preparará una taza de Colacao bien caliente, como a mí me gusta, por haber acabado todos los deberes. Mientras mamá esconde billetes entre las páginas del libro de recetas, papá regresará, cansado de andar todo el día buscando un trabajo inexistente por las calles de la ciudad, y rascándome la cabeza, me felicitará por ser tan aplicado.
Seguro que está aprendiendo la lección principal, a instruirse en el arte del engaño...
ResponderEliminar... casi seguro que le irá bien en la vida. Igual llega a político...
EliminarYa se sabe, y de ahí al cielo.
Muy bueno, Xesc. Enhorabuena.
ResponderEliminarGracias Sara.
EliminarBesos
Siempre es un placer pasar por tu blog Xesc, tus relatos impecables.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
Un abrazo Ana. Sigo dándole vueltas a la cabeza.
EliminarUn abrazo
Qué bueno, company. Te lo leí el otro día y no pude pararme. Ay, esos señores que visitan a la madres. Algún día te enseño algo, Xesc.
ResponderEliminarOtro.
Miedo me das. Jajaja.
EliminarUn abrazo company.