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Foto: Utku Sarioz |
Nadie me sabe decir cómo ha llegado hasta ahí, sola. Yo tampoco sabría, la verdad. Cuando me senté en el banco con la pistola en el regazo no estaba: lo juro, de otra forma habría oído su llanto agudo y persistente. De hecho, tampoco soy consciente del momento en el que ha empezado a llorar. ¡Yo qué voy a saber! La gente pasa rápida por nuestro lado. Algunos paran, la miran, me miran y mascullan algo ininteligible. Sacuden la cabeza y aprietan los labios, como para que no se les escape la vida. Luego agachan la cabeza y continúan su camino. Yo, inmóvil junto al moisés, pienso en qué hacer con ella. La vida, ¡ah, la puta vida! Enciendo mi último cigarrillo y lo apago de inmediato al sentir miradas de condena como alfileres en los ojos. ¡Así no hay quién pueda! Ya he tomado una decisión: mañana me voy a suicidar a otra plaza.
Lo mismo, el ángel de la guarda está al quite. Desde luego que así no hay quien pueda suicidarse.
ResponderEliminarMe gustó. Como siempre.
Abrazos pajareros.
Desde luego, Lola, desde luego...
EliminarAbrazos desde el cable.
Mañana seguro que habrá cambiado de idea... Un saludo.
ResponderEliminarMuchas gracias por naufragar en este mar y bienvenida a esta playa, Ana.
EliminarEspero que sí, que siga cambiando de idea... cada día.
Un saludo.
Espero que no, que quiero pasarte las fotos.
ResponderEliminarPorfa, en mi blog tengo el mail, si puedes pásate y te envío las fotos por correo (la Microbiblioteca).
Un abrazo compañero.
Ok. Gracias Francisco.
EliminarTe pillo el mail de allí.
Un abrazo.