miércoles, 30 de abril de 2014

83/ Globalización

Foto John Stanmeyer. World Press Photo 2014

Al girar en la Quinta con la Ciento diez, te atusas con la mano la poca gomina que te queda. Luego escondes instintivamente el móvil en el bolsillo interior del sobretodo antes de adentrarte en Harlem. Dos calles más allá, cerca de Maipú, decides llamar un remís y buscas el celular en el bolsillo del pantalón. Contrariado, compruebas que perdió la cobertura. Con el i-phone en alto, como si quisieras hacer una foto al ojo de la noche, intentas recuperar alguna rallita, pero sabes bien que hasta Las Ramblas no tendrás. Decides guardarlo de nuevo en tu bolso Loewe y continuar en transporte público. Bajas del tranvía cerca del Reichstag. Es entonces cuando el móvil vibra y el whatsapp escrito en árabe te recuerda que la primavera sigue activa. El viento cálido del mediterráneo desplaza el hiyab cubriéndote los ojos. Con la mano izquierda lo apartas y sonríes. Algo está cambiando, piensas antes de entrar en la plaza.

lunes, 17 de marzo de 2014

82/ Tempus fugit




Aquesta tarda m’incineren, però això no és el més important, ara en el que he de pensar és en com viure la resta de la meva vida.

***

Esta tarde me incineran, pero eso no es lo importante, ahora en lo que debo pensar es en cómo vivir el resto de mi vida.

martes, 18 de febrero de 2014

81/ Sobre la comunicación y las parejas

   



    Sí, ya sé, eres escritor y amas las palabras, así que hablemos de ellas si quieres. ¿No dices que hablando se entiende la gente? Bien, pues atiende que te voy a contar una cosa: zanahoria es carrot en inglés que es carotte en francés; el sol sale por el este, the sun también pero oficialmente un poco más tarde y en francés, soleil también calienta, aunque un poco menos; agua, water y eau mojan lo mismo pero una se paga en euros, otra en libras y la otra, casi siempre tiene gas; luego están aire, air y aire, que son iguales excepto por una vocal que tal vez no resistió el empuje del viento de los highlands o lowlands, no sé, y que resulta que sopla diferente: de través. ¿Seguimos? Libertad es freedom o liberté para decirlo como uno quiera, en una manifestación, una canción o en mitad de una orgía, a saber. Fíjate, ni eso es lo mismo ni igual tampoco, ya ves. Porque si bien carrot, zanahoria y carotte son todas de color naranja; le soleil, the sun y el sol siempre anuncian un nuevo día; agua, water y eau refrescan al sediento y  los aires te hacen volar, no sé yo pero a mí me da que las palabras siguen empeñadas en hacer que tú y yo no nos entendamos.

sábado, 11 de enero de 2014

80/ Vente pal pueblo, Pepe, o el apocalipsis moderno.

    
Ilustración de Carmen Tower. Plaza de pueblo.

    Un turista ya no se encuentra fácilmente. Un turista es un ser condenado a extinguirse. En la ciudad de Amina ya hace años que no se ven. En la insignificante Villa del Morral muy por el contrario, cuando llega uno, se le acoge con júbilo, se le lava en la fuente de la Plaza Mayor, se le proporciona descanso y se organiza una fiesta en su honor. Para ello es tradición sacrificar un vehículo. Resulta crucial hacer el peregrino a fuego lento si el vehículo no es diesel y sobre todo, enterrar bien todas sus pertenencias para que no dejen de venir.

martes, 26 de noviembre de 2013

79/ Hormigas



   Ada se balancea en la mecedora del comedor. Hace ganchillo. Abel le acerca el vaso de agua que le ha pedido al llegar.
    —¿Abel? Qué alegría.
    —Tome madre.
    —Cómo has crecido.
    —¿Cuándo salió papá?
    —¿Quién?
   Abel aprieta los dientes y cierra los ojos. Suspira y deja el vaso en la mesa junto a las madejas azules. Todo lo que hace es azul desde que supo que iba a ser abuela. «¿Pablo, como el abuelo?», dijo emocionada cuando María y Abel le dieron la noticia. De eso hace cuatro años ya. Ahora María lo ha dejado y él vuelve a vivir en casa de sus padres, en la habitación que pintaron de azul. De eso solo hace tres meses, tal vez cuatro.
Abel vuelve a la cocina. Comprueba fogones, abre y cierra armarios.
    —Al menos dejó la cena preparada antes de huir —dice.
Bajo el fregadero empuja productos de limpieza y compara niveles con marcas de rotulador. Unas hormigas salen de debajo de la lejía. Intenta aplastarlas pero se escapan más allá del abrillantador. Al girar se golpea en la ceja con la brida del sifón. La herida sangra. Vuelve al comedor.
    —Abel, ¿me traes un vaso de agua? —le dice Ada al verlo.
    —Está ahí, madre —señala—. Está ahí —repite sin mover los labios.
    —Oh, ¿te has vuelto a pelear con Luis? Deja que te cure.
   La madre se levanta y se acerca. Abel se gira y vuelve a la cocina. Se limpia la herida en el fregadero. Apoya las dos manos sobre el granito y en el vidrio de la ventana mira brevemente el leve reflejo de su rostro envejecido. Al lado, la figura de su madre enciende los fogones. Abel sacude la cabeza. Se gira y la aparta suavemente sin decir nada y cierra el gas. Ella coge un cuchillo y corta pan sobre la encimera.
   —Un bocadillo al menos. Te sentará bien. Necesitas comer para crecer.
   Abel le retira el cuchillo y la acompaña a la mecedora. Después vuelve a la cocina. Unas hormigas pequeñas y azules se acercan hacia las migas. Su madre habla sin parar desde el comedor. Él aplasta hormigas sobre el granito. Una, dos… diez. Ya no oye nada de lo que ella dice.
   —Cuando nazca Pablito le quedará bien este jersey, ¿verdad?.
  Abel no ve de dónde vienen las hormigas. Ya no puede con ellas. Hay demasiadas. Mientras aplasta hormigas, Abel ya solo piensa en aquello que le obligó a deshacerse del veneno, hace cuatro meses, tal vez cinco. Entonces se sienta en el suelo, se abraza las piernas y apoya la frente en las rodillas.


martes, 12 de noviembre de 2013

78/ Bárbara y el tiempo

   
     Bárbara es una ciudad distópica. En lo corriente, al llegar a ella, un viajero no encuentra diferencia significativa entre las ciudades vecinas de Aldana, Danisa, Luana… y la de Bárbara. La gente va a trabajar temprano —quien tiene trabajo— con las prisas clásicas y la resignación que se encuentran en Yesenia, por citar alguna urbe cercana; bien pronto el mercado se llena de señoras que arrastran carritos vacíos o llenos; las madres corren tras los niños que cruzan las calles jugando y sin mirar, dan las gracias al policía local que corta el tráfico y luego amenazan a los niños con castigos para la salida del colegio que casi nunca cumplen; las calles se desvisten progresivamente del color del cacao y adquieren poco a poco un tono a chocolate con leche para acabar cubriéndose con brillante leche condensada; hay sabor a canela en el centro y a hierro dulce en el extrarradio del polígono industrial. Los sonidos varían desde el fluir de la sangre que circula por la arteria principal a gran velocidad, a los murmullos de su corazón peatonal donde confluyen en algún que otro momento todos y cada uno de sus habitantes. Pero si ese viajero, ese peregrino moderno de la vida urbana permanece más de lo que es necesario, se dará cuenta bien pronto de que la gente vive sus vidas en retales inconexos. Por la mañana el policía corta el tráfico para los niños en las escuelas, por la tarde ese mismo policía juega enfurruñado al mus en la residencia para mayores con los compañeros junto a los que compartirá patio al día siguiente, en la misma escuela o en la guardería. Tal vez después de morirse un día y ser incinerado al siguiente, se case a la semana próxima y por la tarde del mismo día esté naciendo en el hospital de Aria, tal como se sale de Bárbara a mano izquierda. Las madres encuentran a sus hijos ancianos jugando a la petanca en el parque y les llaman para merendar a gritos. Luego, esas mismas madres cuidan de sus padres y les ayudan en los deberes escolares. La fractura de las vidas no ofrece lugar a duda alguna para un visitante observador avezado en relaciones humanas y antropología. Somos una comunidad inusual que reserva su identidad al caprichoso salto involuntario e inconexo del devenir del tiempo. Nada es definitivo, nada es trascendental ni irrepetible. Ni la muerte. No hay pasado ni futuro. Presente es tan solo una palabra. Pero no todos los visitantes se dan cuenta. Para la mayoría, Bárbara es un lugar extraño para vivir en el que la luz es dulce de leche y el sonido es un tacto rugoso y cálido que lo envuelve todo. Un puzle en el que las piezas cambian constantemente de lugar —o debería decir de función—, pues a una escala global nadie es capaz de encontrar diferencias con sus vecinos. Una especie de conjunto azaroso y orgánico que cuida de sí mismo y de sus habitantes olvidando lo más elemental del vivir: el lógico devenir hacia una muerte segura. Mañana escribiré esto. Usted, viajero lector, aún no lo ha leído.

miércoles, 9 de octubre de 2013

77/ Una historia real


Son las cinco de la madrugada. Una avenida desierta recibe al hombre del traje impoluto. No se observan otros sujetos circulando. Espera firme hasta que el semáforo anuncia vía libre. Arranca con estrépito de cuero quemado. Parte de las suelas del calzado italiano quedan en la acera. El ruido no es suficiente para advertir al único vehículo que cruza el carril en ese instante. La colisión es seca y fría. El cuerpo del conductor sale despedido a través de la luna delantera. Los faros del coche iluminan un rostro rojo, como el semáforo. El peatón se da a la fuga.